lunes, 3 de octubre de 2016

La historia de la sanguinaria vampira mexicana

Magdalena Solís era una homicida organizada, visionaria, sedentaria y depredadora sexual que asesinaba en grupo
México.-La noche del último día de mayo de 1963 a la estación de policías de Villagrán, en el estado de Nuevo León en México, llegó corriendo un joven pronunciando repetidamente la palabra “vampiros”. Se encontraba en estado de shock y no podía articular una sola frase completa.
 Restándole importancia al asunto y pensando que era un caso más de abuso de estupefacientes, el oficial de guardia, Luis Martínez, se ofreció para escoltar al muchacho hasta su casa y de paso revisar la cueva donde el joven había divisado a los supuestos vampiros. Ninguno de los dos regresó.
 El acto que había presenciado Sebastián Guerrero, el joven que dio aviso a la policía, fue un auténtico sacrificio humano: un ritual azteca que invocaba a la Diosa Coatlicue y por medio del cual los fieles habían asesinado a una joven en un altar y le habían extraído el corazón para después colocarlo en una vasija.

Después los fieles, uno a uno, debían pasar en procesión frente al cadáver para beber la sangre de la mujer hasta dejarla seca. Y es que, en el pueblo de Yerba Buena, un pueblito perdido entre las cumbres de la Sierra Madre, se había instaurado un extraño culto presidido por una mujer que respondía al nombre de Magdalena Solís, quien, además, era prostituta.
Esta extraña mujer había llegado de Monterrey con su hermano Eleazar y se aprovechó de la ignorancia de los campesinos para crear un culto al cual los pobladores idolatraban. Los hermanos Solís nombraron a dos sumos sacerdotes: Cayetano y Santos Hernández, quienes fungieron como sus guardianes.
Así un día y ante la comunidad, los tres varones presentaron a Magdalena como la Diosa Coatlicue, la única Madre de todos los mexicanos. Al principio, las ofrendas y tributos que la “verdadera diosa” exigía eran sencillos: dinero y comida suficientes para comprar marihuana y mantener controlados a los habitantes del lugar.
Sin embargo, Magdalena fue creyéndose el rol de divinidad que burlonamente ostentaba ante la comunidad y fue entonces cuando a los víveres y el dinero siguieron peticiones sexuales y orgías donde, incluso los niños, debían participar. El deseo pederasta de Magdalena fue aumentando, al mismo ritmo que su séquito de esclavos sexuales, quienes se mostraban deseosos de entrar al reino de los dioses mediante las yerbas mágicas como marihuana, que los sumos sacerdotes les hacían fumar.
Las peticiones de Magdalena se tornaron cada vez más violentas y un día ordenó que se linchara a dos campesinos que se negaban a participar en las orgías. Tras estos dos asesinatos, la sangre derramada de las víctimas desató la psicosis de Magdalena y su mente divina ideó un ritual llamado “El Ritual de la Sangre”, con el cual pretendía comunicarse con las demás deidades del panteón azteca para que se le informara dónde se encontraba el oro oculto en las montañas. Entre las víctimas de este nuevo sacramento, se contabilizaron más de doce personas.
Durante el ritual, la misma Magdalena extraía el corazón de los voluntarios para después repartir la sangre entre los sumos sacerdotes y los fieles. Era ella quien consumía la carne del cadáver y una vez concluido el sacrificio, la mezclaba con entrañas de pollo y hojas de marihuana. La Diosa ejerció un control tan estricto sobre los campesinos, mediante la adicción inducida y la sugestión religiosa, que muchos de ellos simplemente perdieron el habla cuando se les trató de obligar a rendir declaración una vez que Magdalena y su hermano fueron capturados.
 Pero todo el poder de la Diosa se derrumbó aquella de noche de mayo, pues cuando el joven y el oficial de la policía no regresaron, el inspector Abelardo Gómez desplegó un operativo que lo llevó a la región de Yerba Buena, donde comprobó con horror lo que el muchacho de 14 años les había informado: ahí, iluminados por la Luna, envueltos por el humo de la marihuana y el fuego del altar, los fieles adoraban a Magdalena Solís.
Sobre un lado de la cueva yacían los cuerpos incinerados del oficial Luis Martínez y Sebastián Guerrero, ambos abiertos en canal y con el corazón extraído. Algunos campesinos todavía comían de los cuerpos, ingrávidos y sumidos en un profundo delirio producido por las yerbas y la sugestión mental de la que eran víctimas.
La reacción de la policía no se hizo esperar, los uniformados abrieron fuego y varios fieles cayeron sin vida a la arenosa tierra. Muchos campesinos murieron y los que fueron detenidos no pronunciaron palabra hasta años después de su captura, una vez superado el terror mental a los que los tenía sometidos Magdalena Solís.
Esa noche, la muerte también alcanzó al sumo sacerdote, Cayetano Hernández, quién fue asesinado por un miembro del culto que pretendía usar el cuerpo sagrado del sumo sacerdote como protección contra las balas de los policías.
Magdalena Solís y su hermano Eleazar, fueron condenados a 50 años de prisión por el homicidio del joven Sebastián Guerrero, el oficial Luis Martínez y el de una mujer desconocida que yacía junto a ellos asesinada de la misma forma. El resto de los crímenes se dieron a conocer muchos años después, una vez que miembros del culto rompieron el voto de silencio.
“…Sus actos excedían en depravación humana cualquier cosa que pudiera haber visto en mis años como policía. Esta noche me dejará marcado de por vida, tanto en mi vida profesional y más, en mi vida diaria. Ruego a Dios me haga olvidar pronto los acontecimientos de los que he sido testigo, por mi propio bienestar y más, el de la humanidad a la que sirvo”, 
 Fragmento del informe del inspector Abelardo Gómez con fecha de 31 de mayo de 1963.


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